Se suicidó un domingo sin previo aviso, uno de esos domingos que huelen a té de canela. A pesar del mismo olor, éste fue particular. Se le inundó la cabeza de lágrimas y se le rebalsó el tanque, y a pesar de eso, siguió resistiendo ocho horas más, hasta que se prendió un pucho y acompañada por éste, la idea de la muerte. Hubo minutos los cuales pasaron volando y ella sumida en palabras, no los notó. Pasaron desapercibidos hundidos en mareas y se perdieron en la inmensidad del espacio, convirtiéndose así en irrecuperables. Sintió como los músculos no le pertenecían más a ella, sino a la tierra, que en días sería su fiel compañera. Sintió el fondo del vino lleno de restos de pastillas y por un rato, que no supo cuánto tiempo fue, vio pasar sus recuerdos más preciados que eran escasos y después... infinito.