La tarde se despedía mientras se enredaba en nubes rosas que saludaban tirando besos para todos lados. Me acosté en el pasto girando, buscando el lugar, el calor, sentir. Y sentí, sentí más que nunca ¡Cómo me picaba todo! Me encantaba. Podía oler algo más que cielo rosa. Olí hormigas, pasto mojado, escuché el sonido de mi ropa al frotar con la tierra, olí tierra y escuché abejas. 
Un aroma, sin embargo, me llamó mucho más la atención que los demás y corrí detrás, tratando de descubrir el principio. Y atrás de un nogal te escondías, mientras escribías en tu libreta palabras ilegibles y dibujabas garabatos que captaron mi atención más que cualquier mariposa de ocho colores. 
Te sentí. Sentí tu olor, tu pasión, tus letras. Leí letras, no del papel, sino de tu mente. Y conecté manos mentalmente como queriendo tocarte pero sin perder la magia. Conecté labios sin que te enteraras y miradas sin necesidad de choque. Escuché tus pensamientos e imaginé tu voz llamándome. 
Corrí. Corrí lejos. Guardé, como mi mejor tesoro, tu recuerdo incrustado en mis sentidos. Vista, tacto, oído, gusto y olfato sea acuerdan de vos y sonríen, felices del recuerdo que imaginaron sin importar qué había realmente atrás tuyo.