Soledad

Me subí al tren y todavía me quedaba un largo recorrido. Sentada ya, después de varios minutos, crucé miradas con un pibe, sentado también. Una vez que sonaban los Doors y no podía estar más en la mía, vi cómo un adolescente mandaba a una nena, aproximadamente 12 años, a repartir las típicas tarjetitas lastimeras con la estampita de la virgen. Después de varias idas y venidas, la llamé y se acercó. Se llama Soledad, y ahora tiene un libro mío de Bioy Casares. Ojalá lo lea, si es que puede.