sueño-realidad

Por esos tiempos la soledad me atrapaba y me carcomía el cerebro, y a veces no tenía más remedio que conectarme al chat un rato con tal de escribirme con alguien. 
Una de las noches en las que peor estuve, se abrió una ventanita de un tal Claudio, queriendo escribirse conmigo. Como nada tenía que perder, acepté y dos horas después me encontré sacudida, con mariposas en la panza, tirada en mi cama matrimonial. C, como él se hacía llamar, me había seducido de una manera tan extraordinaria, que si mi estómago me hubiese pedido que pare de criar mariposas, me hubiese resultado tan imposible que les habría puesto nombre a todas.
La conexión del corazón siempre fue más importante que la de internet, así que luego de varios meses sentada frente al monitor, finalmente lo quería conocer personalmente. Él sentía igual pero vivía diferente. Él era de Chaco, lejos de Buenos Aires. Lejos de mí. Así que quedamos en que algún día nos conoceríamos, pero ya sin esperanzas, las charlas se iban reduciendo. La tentación me arrastraba hasta el paraíso del escritorio, pero me resistía, porque el dolor que venía después era más grande que cualquier satisfacción del momento.
Un año había pasado y perdida y sin esperanzas fui a un recital. Veía cómo la gente de los departamentos cercanos salía de sus ventanas y pensaba en cómo sería todo detrás de esos ventanales. Me encontré con un amigo querido, más grande y con más camino recorrido. Hablando de varios temas, lo noté afligido a la hora del amor, y confesó Pedro que una pelirroja lo tenía muy mal. Hacía varios días no le contestaba los llamados, luego de, y cito: "haber tenido el mejor sexo de su vida". Era común en él quedarse pegado a relaciones tan viciosas, pero ésta era diferente. Enamorado de ella se había quedado. Nunca se iba a olvidar el destello de sus ojos.
Después de una charla de hora y media, que me dijo que C estaba ahí, en uno de esos departamentos tan aledaños. Pedro y C se habían conocido más o menos al mismo tiempo que C y yo, pero ellos personalmente. Así fue cómo Pedro le pasó mi mail. Según dijo, había sentido que éramos uno para el otro. Y así fue. 
C había venido desde Venezuela sin previo aviso cuando llegó a ésta inmensa ciudad. Me contó que se lo había cruzado por casualidad y prácticamente me forzó para que vaya a verlo. Salimos corriendo y en el camino nos topamos con el perro de Pedro, tan inteligente que nos traía un celular. La pantalla marcaba las 16:00 y también las 22 llamadas perdidas de Pedro hacia Andrea. ¡Ella había perdido el celular! Eso dio a él una pequeña esperanza, así que partimos en busca de Andrea y C.
Íbamos caminando, ya acompañados del perro, cuando ví en el vidrio de un locutorio el reflejo de aquella inconfundible cara. ¡Andrea! ¡Era Andrea! Corrí para comprobarlo, sin que Pedro entendiese lo que estaba pasando, y cuando llegué me quedé congelada, no sólo porque había comprobado que era ella, sino porque cinco personas más atrás, en una fila bastante larga, estaba él, C, mi tan ansiado amor. 
Ciertamente no pude comprobar qué había pasado entre Andrea y Pedro hasta muchos días después, cuando lo recibí en mi casa y me contó toda la historia con lujo de detalles. Mi tiempo se había detenido en C y en el abrazo enorme que le dí apenas salió del local. Recuerdo que ninguno de los dos nos pudimos decir nada por mucho rato, sólo mirarnos y abrazarnos, confieso que con una lágrima departe mía y mucha felicidad de parte suya. 
Lentamente fuimos caminando hasta la Costanera, donde por fin me salió la voz y le dije: Desde siempre te busqué.