Todo empezó entre llaves confusas y miradas dormidas. La felicidad saltaba la reja y nos unía sin darse cuenta. Y esa noche todo terminó entre sábanas desconocidas que me reventaron el cerebro y no me dejaban parar de sonreír. Siguió en algún bosque nublado, que para llegar a él tuve que cruzar desiertos y descampados, pero cuando me recibió la manada sentí mucho alivio de estar ahí, con vos. Y no me acuerdo un minuto en el cual dejé de pensar en vos, en tus ojos, en cómo nuestras sonrisas se mimetizaban y se hacían una. Cómo me abrazabas y me acariciabas, en cómo no podíamos parar de sentirnos. Y ese bosque, del cual yo tenía tanto miedo, me abrió la panza en dos y me la lleno de mariposas bajo la orden de no dejarlas salir nunca más. Y ahora cada vez que te veo, que te escucho, que te leo, las mariposas están ahí, revoloteando ansiosas por salir y llenarte la cabeza de amor.