Olería kilos de jazmines con tal de que se me impregnara su olor y así olvidarme de cuán rápido se descomponen esos petalos blancos que tanto iluminan, porque las veredas se derriten al calor y mi cerebro se consume en octavas que me bailan como queriéndome mostrar un manojo de jazmines sin descomponer. Es difícil de entender por la velocidad en la que actuás y sin darte cuenta se consumió el cigarrillo mientras mirabas por la ventana viendo cómo la gente es feliz. Quién diría que las manos fueran mi punto débil y que me llamarían tanto la atención como lo hace el color verde en la ciudad. Rascacielos infinitos que terminan en  el cielo pero siguen en tu casa y en tu cabeza, consumiéndote por dos pesos.