Cuando cerraba los ojos, creía volar. Cuando los abría, creía caer. Creía y quería. Quería caer, sí. O tal vez hundirse, no caer, hundirse. Hundirse en su propio agujero, ese negro y profundo agujero. Construído por alguien (o por algo), que cavando y cavando le desenterró lo peor, y la mató. O casi mató, porque sigue respirando, aunque sin ganas de hacerlo.
Ella, ella quiere morir (o aunque sea ganar un poquito de paz) en algún rinconcito del mundo donde alguien la quiera. No, que la quiera no. Que le muestre amor. Nunca tuvo amor, quiere amor, no tiene amor. Quiere y no. Llora y sí. Muere. Cada lágrima es dolor, cada llanto son sentimientos escondiditos, feos y sombríos.
Está vacía, metaforicamente, claro. Los órganos los tiene, el corazón lo tiene, aunque no lo siente (o no lo quiere sentir más). Necesita. Necesita sentir más. No, más no. Ya siente demasiado y ese es el problema. Siente tanto tanto que todo le afecta, todo es un mundo en su mundo para ella.
Está bien querer morir si todo el mundo en tu mundo se desmorona. Como en el mío, digo, en el de ella.

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