Tal vez...

Aparecí en un áspero bosque verdinegro. Era de noche, por lo que a mi alrededor estaba todo en penumbra y quietud. Grité con las pocas fuerzas que me quedaban, pero lo único que recibí como respuesta fue mi voz, repetidamente, diciendo lo mismo que yo. Eco. Eco y
soledad. Al intentar pararme para buscar ayuda, tratasbillé y caí en la tierra húmeda de aquél lugar. Me arrastré victoriosamente hasta un pequeño hueco en un árbol lleno de ramas que había podido divisar. Prendí una pequeña fogata con un encendedor que mágicamente había encontrado en mi bolsillo trasero.
Pasé la noche allí, temerosa e insegura. Quería mi cama, mis cosas y sobre todo el calor de mi hogar. No deseaba aquella desdicha y extrañeza que sentía al no saber por qué justamente yo tenía que estar ahí en ese momento.
A la mañana siguiente, cuando me desperté debido al radiante sol que se lograba filtar por entre el espezo bosque, traté de armar una especie de bastón para poder equilibrar mi cuerpo, gracias a mi dificultad al caminar por mi tobillo roto.
Recorrí aquél sombrío lugar con la esperanza de encontrar a alguien que respondiese a todas mis preguntas. Aquellas respuestas serían lo único que necesitaba para lograr calmar la explosión que estaba tomando lugar en mi cabeza.
Después de cinco días recorriendo senderos en vano y alimentándome con frutos raros y agua de lluvia, volví a sentir el agradable olor a carne cocida. Traté de seguir el rastro, intentando convencer a mi mente de que iba a encontrar a alguien.
A lo lejos, logré ver movimiento e instantáneamente ví la pintoresca cabaña de el ser humano que vivía allí. Al llegar al lugar, él sin dudarlo me ofreció una taza de café caliente. Hablamos durante largo rato y me contó que estaba en este bosque desde hacía un año porque su esposa había muerto, y al no poder superarlo, lo único que necesitaba era la paz de un lugar como éste. Yo le conté que no entendía por qué me encontraba en un bosque a cien kilómetros de mi hogar, sola. Él no supo responder mis preguntas, pero su candidez me hizo olvidar de algunas cosas.
Me ofreció asilo, y sin dudarlo acepté. Al pasar los días, nos encontrabamos charlando de nuestras vidas antes del encuentro, y riendo al tomar antes de dormir, una taza de café diaria. No lo conocía. No me conocía. Pero había algo especial entre nosotros que era
inigualable.
Nos fuimos enamorando poco a poco de las virtudes y desventajas de cada uno, sin importarnos otra cosa. Abandoné todo mi pasado por un futuro mejor. Y ahí fue cuando comprendí que las respuestas que yo buscaba al por qué había aparecido allí, eran un mensaje oculto que me presentaba el destino para un final feliz.