Colectivos de cuarentaypico de minutos. No sé cuántos pasaron y no sé si quiero saber. Explosiones, avenidas, autos, ruido y vos. Una librería desconocida, el banquito de una plaza que alguna vez será nuestra y el frío penetrante de agosto que con tantas explosiones en la cabeza me dejó. Nos teletransportamos en el 114 mágico hacia la heladería, que próximamente se convertiría en burbuja, y el sonido de una guitarra calentaría nuestros pies. y fue fugaz, como el helado de chocolate que tanto te gusta. Una larga (no tan larga) caminata por el frío, ese que tanto nos abrazó esa tarde, y llegamos hasta el cuarto en donde la luz del matafuego no para de latir. Late verde, late amarillo, late rojo, late azul, ¡Late muchos colores porque te siente! Siente el misterio de ese no vé no vé y quiere ser parte, como yo, como todos. Y de repente ese gigante que corrompió nuestros cerebros al ritmo de tan increíble melodía, que explotó mi cerebro al máximo, pero ojo, fue la explosión más misteriosa y copada que sentí.